miércoles, 29 de abril de 2009



MONTESINO Y LOS MAESTROS DE PÁRVULOS

Pablo Montesino Cáceres, nacido en un pueblo de Zamora en el año 1761, fallecido en el año 1849 fue un pedagogo español.
Los maestros de escuelas de párvulos, su formación, consideración social, etc. fueron los temas preferidos de Montesino. Fue el primer director de la primera Escuela Normal de Maestros de España y el autor tanto del Manual para los maestros de las escuelas de párvulos como del Curso de educación. Así como también Métodos de enseñanza y pedagogía, obra importante por ser el primer programa de pedagogía.

Para Montesino, en una escuela numerosa de párvulo era preferible un maestro a una maestra por la mayor fuerza de carácter natural. Cuando la escuela pase de cuarenta párvulos es indispensable un maestro, pero si no llega a ese número bastaría una maestra. Aunque hay que decir que la maestra es necesaria siempre, sea grande o corto el número de párvulos, ya que es naturalmente más capaz de cuidar.
Los maestros deben ser hombres de buena razón, de fácil comprensión, que formen las costumbres de los niños y los instruya jugando. Para dar la enseñanza es preciso que sepan algunas nociones de geometría, gramática castellana, geografía, historia y algunas nociones de música para promover la felicidad individual, objeto final de la educación.
Tanto el maestro como la maestra deben ser personas de conocidos y sanos principios religiosos y morales, deben tener nociones claras y exactas acerca de las virtudes morales, o saber en qué consisten principalmente la benevolencia, justicia, piedad, etc. Deben ser personas de buena salud, más bien jóvenes, aficionados a los niños. Deben tener genio alegre y jovial, humor apacible, maneras suaves, lenguaje decente, buena imaginación. También necesitan tacto para conocer y distinguir los caracteres de sus pupilos.
Es una profesión tan delicada, laboriosa, de tan grande responsabilidad moral, y tan pobremente recompensada.

El medio más breve y más seguro de adquirir la aptitud necesaria era, asistir a una de estas escuelas provistas de todo lo necesario y dirigida por un maestro inteligente, por dos o tres meses. Nada podía suplir a esta asistencia y a este estudio práctico.
Un pobre artesano o una antigua criada de un socio influyente eran los preferidos para las plazas de maestros aunque fuesen los más ineptos ante todos los aspirantes. Se trataba después del que el nuevo maestro aprendiesen el sistema o modo de enseñar y dirigir estas escuelas de que no tenían la menor idea.
Proponían que se enviaran a Londres para que viesen, se ejercitaran y aprendiesen en dos o tres meses al lado de un buen maestro. Pero este dictamen no se adaptaba porque la nueva sociedad no podía esperar tanto tiempo y porque era un viaje largo y costoso.
La escuela debía estar establecida en quince días o en tres semanas a lo más. Así que s les enviaba a la escuela de párvulos más próxima, buena o mala. Allí aprendían las tablas de multiplicar contadas, la distribución en clase, etc. Con esta instrucción volvían y abrían la escuela.
Otro inconveniente era, cuando la escuela estaba sostenida por socios de una misma creencia religiosa. Si la escuela estaba sostenida por individuos de diferentes comuniones, venía a ser un motivo de inquietud y disgustos en las familias por las desconfianzas.

Y por último, los deberes de los maestros son relativos a los niños que tiene a su cuidado. El maestro debe asistencia y cuidado de la salud sin diferencia y sin predilección a ningún niño. Debe agregar el cariño paternal combinado con la firmeza necesaria para conservar el amor, la gratitud, la confianza, el respeto y la obediencia de las personas. Deberá conservar estrechas relaciones y constante comunicación con los padres. Que los niños perciban siempre la mejor armonía y sincera cooperación entre padres y maestros. Debe ir fomentando en los niños el sentimiento de respeto y sumisión a las autoridades. Vendrá a ser esta para ellos un ministerio responsable, benéfico y digno de gratitud.

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